Salgo de un Congreso con la gran satisfacción de ver a casi 400 profesionales formándose. Un paso más en el camino de convertirse en mejores educadores. Esto anima; bueno, animaría más ver salas abarrotadas como campos de fútbol pero, poco a poco...
Varios ponentes hacen hincapié en la importancia de la labor de cada uno de los profesores en su centro, en el aula. Independientemente de las leyes, los recortes, las administraciones o el resto de agentes sociales.
Y estos profesores cada día están más formados. Saben más estrategias, más técnicas; conocen más metodologías.
Vaya profesión extraña, ¿no? Coexistiendo algunos profesores instalados en la vieja guardia con otros, innovadores, actualizados, conocedores de las mejores prácticas del mundo.
Es esto lo que me hace pararme y pensar. Dedicar un momento a resituar a todos los profesores que están en esta dinámica de aprender, de mejorar, de hacerse con más y más herramientas didácticas que enriquecen su haber pedagógico.
¿Sabéis? Esto les dignifica; les hace grandes.
Sin embargo, estoy preocupado. Preocupado porque me encuentro con algunos educadores, centros completos incluso, que se han puesto a correr para adelantar posiciones en esto de la innovación. Y he podido observar cómo algunos, en esa carrera, han olvidado la necesidad de parar de vez en cuando para ver qué están metiendo en sus mochilas. En esas mochilas didácticas.
No olvidemos que lo que da sentido a las mejores estrategias es la esencia humana y ésta, entre profesores y alumnos, cobra su máxima relevancia. Una esencia que se transforma en la cercanía del educador, su paciencia, su comprensión, su ayuda, su comprensión, su confianza, su aliento...
Las estrategias siempre deben ser manejadas desde la tranquilidad, el cariño, el deseo de ayudar a crecer a los alumnos. Siempre al servicio de ellos; no de las reválidas, los ránkings o la autocomplacencia de erigirse en líder del sector.
Si alguien tiene que tomar el timón, que sea el corazón.